Política

Lucía Santa Cruz y Carlos Peña, dos visiones a 50 años del golpe de Estado

Ambos intelectuales aceptaron la invitación de DF a reflexionar en torno al quiebre institucional, sus causas y consecuencias. Con miradas diferentes, coinciden en la necesidad de estudiar el por qué ocurrieron los hechos que se desencadenaron el 11 de septiembre de 1973.

Por: José Tomás Santa María | Publicado: Viernes 11 de agosto de 2023 a las 04:00 hrs.
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Fotos: Julio Castro
Fotos: Julio Castro

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Para el 11 de septiembre de 1973, Lucía Santa Cruz vivía en Londres. Ese día volvía desde un viaje a Escocia y al abrir la puerta de su pequeño departamento escuchó sonar el teléfono. “La llamo de parte del director del Times, necesitamos que escriba 500 palabras sobre el golpe militar en Chile. Yo no tenía idea de qué naturaleza era el golpe, qué había pasado”, recuerda la historiadora y Master of Philosophy de la Universidad de Oxford.

Esa misma jornada, en torno a las 18:00 horas, “muy inesperadamente llegó a mi casa Alejandra Altamirano, hija de Carlos, que estaba viviendo en Londres, sufriendo, preocupada, angustiada, y yo lo único que podía hacer era abrazarla, tranquilizarla. Fue muy dramático constatar ahí lo que nos había pasado como país. En mi caso había un cierto alivio de que se iba a terminar una etapa que para mí, que estaba de novia con Juan Luis Ossa que lo había pasado muy mal en la Unidad Popular, era un cierto alivio de que esto se acabara; y al mismo tiempo estaba esta niña sufriendo por la eventualidad de que su padre sufriera mucho”.

“Mi hipótesis es que el programa del gobierno de la Unidad Popular era una propuesta para terminar con la democracia liberal representativa y con la economía privada. Y, en segundo lugar, que los medios que se utilizaron también violaron reglas básicas de lo que es la democracia”. Lucía Santa Cruz

“A mí me parece que no solo hay que condenar las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron luego del 11 de septiembre del 73, sino que también el propio golpe. Tampoco es razonable aceptar que una coyuntura histórica se pueda resolver de la manera que se resolvió”. Carlos Peña

Carlos Peña, en cambio, para ese entonces tenía 13 años. “Tengo recuerdos vagos. Recuerdo a mi familia, como muchas familias de entonces, más bien angustiadas por lo que estaba ocurriendo. Una especie de atmósfera espesa, un ambiente de angustia, por lo menos en mi casa, una familia de izquierda. Y recuerdo con cierta intensidad emocional el discurso de Allende que mi familia oía en la radio”, narra el abogado, doctor en Filosofía y rector de la universidad Diego Portales.

Desde mundos distintos, Lucía Santa Cruz y Carlos Peña, aceptaron la invitación de DF a reflexionar en torno al golpe de Estado ocurrido en nuestro país hace 50 años, conversación que es parte de una serie de podcast que hemos titulado “Diálogos DF: Chile en los últimos 50 años” y que el diario publicará durante las siguientes semanas (ver recuadro). La entrevista completa está disponible en formato podcast y video en el sitio df.cl

- ¿Con la mirada en perspectiva de estos 50 años, cómo sintetizarían ustedes las causas del golpe de Estado?

Carlos Peña: Yo enumeraría las siguientes. Chile vivía una contradicción muy honda, entre, por una parte, un sistema político muy expansivo, con una gran expansión del padrón electoral, con libertades cívicas que permitían que las grandes mayorías expresaran sus expectativas; y, por otra parte, una estructura económica incapaz de satisfacer esas expectativas que el sistema político alimentaba. Esta contradicción está en la base del quiebre del Estado de compromiso que entonces se produjo y es una de las causas que -sumada con otras- produjo el resultado.

Agregaría que, como producto de la crisis que entonces se vivía, de una sociedad muy excluyente, a eso se suma una especie de milenarismo, un utopismo muy frecuente en la época y que infectó prácticamente a todas las fuerzas políticas. Pensemos que en la época, la Unidad Popular, por una parte, y la Democracia Cristiana, por la otra, eran partidarias de un cambio revolucionario, con distintos nombres, con distintos adjetivos, con distintos énfasis, pero partidarios de un cambio revolucionario y de una vía no capitalista de desarrollo.

En tercer lugar, agregaría que la Democracia Cristiana es un partido de centro excéntrico, como dice la literatura, un partido de centro que se alimenta de los extremos y que opta por un camino propio, de manera que desaparece del sistema político el centro mediador entre los dos extremos.

Y agregaría finalmente, al margen de las cuestiones de justicia que la alimentaban, la reforma agraria. Creo que la reforma agraria fue un evento de justicia social para las grandes mayorías, pero un evento existencial para las clases más tradicionales. Una clase que vio que un mundo entero se venía abajo, una amenaza existencial a una cierta forma de vida que hizo, creo yo, que la derecha o parte de la derecha, la derecha más vinculada a la tierra, se sintiera, y la expresión no es mía, es de Patricio Aylwin, como un animal herido y de ahí en adelante se comportó cómo se comportó.

Lucía Santa Cruz: Carlos ha hecho un análisis de largo plazo, de larga duración, pero yo quisiera remitirme a las causas más inmediatas. Mi hipótesis es que el programa del gobierno de la Unidad Popular era una propuesta para terminar con la democracia liberal representativa y con la economía privada. Y en segundo lugar, que los medios que se utilizaron también violaron reglas básicas de lo que es la democracia. Un gobierno democrático no basta con que sea elegido. Menos aún cuando tiene un 33% de electores y su propósito es un cambio tan radical como el que proponía. Yo anoté algunos de los puntos que el programa de la Unidad Popular contenía. Cito prácticamente textual: una transformación revolucionaria y del traspaso del poder a los trabajadores, campesinos y sectores progresistas. Una nueva Constitución que institucionalice la incorporación masiva del pueblo al poder estatal. La sustitución del Congreso por una asamblea del pueblo única como órgano supremo del poder. Un poder judicial de origen político nombrado por esa Asamblea. Una economía mayoritariamente controlada por el Estado. La estatización de los establecimientos privados de educación. La existencia de medios de comunicación, radios, editoriales, televisión, prensa y cine para la formación de una nueva cultura y un hombre nuevo. En fin, podría seguir. Esto es un programa revolucionario que termina con la democracia liberal representativa que había sido el régimen que nos había guiado desde la independencia. Y los métodos que se usaron no fueron los métodos del Estado de Derecho. Los cambios que se introdujeron, por ejemplo, en la propiedad de la economía no fueron hechos por una ley, fueron hechos por resquicios legales.

- ¿Carlos, usted está de acuerdo con que el programa buscaba el fin de la democracia liberal?

Carlos Peña: Recordemos que el programa de Tomic también buscaba un cambio revolucionario, aunque de manera distinta. Lo que quiero decir es que tanto el centro, este centro excéntrico que es la Democracia Cristiana, por una parte, como los partidos de la Unidad Popular, por la otra, son partidos bañados de utopismo. Ahora bien, la pregunta que en mi opinión cabría formular es qué explica que Chile haya sido un terreno fértil para tamaño utopismo. Y lo que lo explica, creo yo, es una sociedad que hacia 1970, a pesar que tiene estructuras políticas muy inclusivas de todas las expectativas y a pesar que tiene un sistema educacional prestigioso, tiene una estructura social y de clases extremadamente excluyente. Estamos hablando de un país donde la pobreza abunda, donde el acceso al sistema escolar, es extremadamente mínimo. Piensen ustedes que el año 1973, cuando yo ingresé a la enseñanza media, por eso recuerdo bien el dato, solo el 35% ingresaba a la enseñanza media en Chile y de ellos una muy pequeña fracción lograba egresar. Es un país extremadamente injusto, excluyente. Todo esto produce, digámoslo así, esta chispa que enciende este espíritu utópico.

Lucía Santa Cruz: Hay dos puntos muy interesantes en lo que dice Carlos. Primero, es esta expansión de este utopismo en las clases intelectuales y en la clase política, que hay que recordar que afecta también a la Iglesia, que fue un factor muy importante en la expansión del marxismo, los sacerdotes para el socialismo, de alguna forma movilizaron a mucha juventud católica a adherir a este milenarismo utópico marxista leninista. El país en que a mí me tocó vivir la infancia era profundamente injusto, donde todas las recompensas estaban determinadas, o bien por las leyes, vale decir, por la política, por un grupo exclusivo que se beneficiaba a sí mismo, o bien por el origen, la cuna, el apellido y otras consideraciones que son tremendamente negativas para el funcionamiento de una sociedad. Si uno ve las cifras, y por eso que a mí me llama la atención que haya gente que añore esos años, son dramáticas. Cuando Carlos entra a la educación media era el 35%, pero antes de eso el 3% entraba a la universidad. Mientras tanto, las universidades acaparaban más del 50% del presupuesto educacional. El promedio de los años de escolaridad de los niños era de cuatro años. Evidentemente era un país que requería cambios, pero a mi juicio, desgraciadamente creo que se optó por una vía que fue muy contraproducente.

“Este es el drama de Allende”

-¿Qué rol le asignan a la personalidad de Salvador Allende?

Carlos Peña: Creo que Salvador Allende es un personaje que resume en su propia subjetividad y en su propia vida parte de las contradicciones que estaba viviendo la sociedad chilena, porque es un político de cuyo compromiso con la democracia no cabe duda, es un político parlamentario, abundante en los modales y los gestos propios del régimen democrático. Recordemos que cuando se discute el Pacto de Garantías Constitucionales, interviene Allende y da garantías personales de que va a respetar la Constitución. Entonces Francisco Bulnes, un gran político de derecha, dice que para mí la palabra del senador Allende es suficiente garantía de que eso va a ocurrir. Pero al mismo tiempo habita en Allende una especie de ideal del yo, como diría un psicoanalista, que él quiere emular inconscientemente, que es el ideal del revolucionario. De alguna manera, la subjetividad de Salvador Allende amalgama estas dos dimensiones. Esto explica que finalmente, durante el gobierno de la Unidad Popular y cuando ya se acerca el abismo, Allende nunca logra decidir entre estos dos mundos. En las Memorias de Aylwin, este gran libro del expresidente Patricio Aylwin, él dice que en una última conversación con Allende golpea la mesa y le dice ‘Presidente, usted no puede estar con el MIR y con nosotros’. Allende nunca se decide, es un hombre atravesado por esta contradicción. Por eso es un personaje tan trágico, y la única manera de resolverse era el suicidio. Este es el drama de Allende.

Lucía Santa Cruz: No cabe duda de que Allende es el producto de una cultura parlamentaria, democrática. Y lo que cita Carlos respecto al pacto de garantías es el ejemplo preciso de esta contradicción, porque él yo creo que de buena fe entra al pacto de garantías, pero al mismo tiempo, cuando es entrevistado por un intelectual francés de izquierda, Régis Debray, dice ‘no, yo solo firmé eso por razones tácticas’, poniendo en duda de que tenía realmente un compromiso de salvaguardar la democracia. Creo que Allende, teniendo esta tradición, entra en una contradicción desde el momento en que como Partido Socialista optan por la vía violenta. Allende tiene una vinculación romántica, estrecha, intelectual con (Fidel) Castro. Yo creo que su hija Beatriz, que era muy cercana a la Revolución cubana, tuvo muchos efectos sobre él.

- ¿Qué les parece esta discusión que se ha generado respecto de si es justificable o no el golpe?

Lucía Santa Cruz: Los historiadores estamos para tratar de entender lo que pasó, para entender las relaciones de causalidad, el por qué, las consecuencias, los datos en sí mismo no dicen nada a no ser que sirvan para hacer una interpretación de la historia. En ese sentido, encuentro muy asfixiante la restricción que existe sobre la premisa de que si uno trata de entender qué pasó, estaría justificando los excesos de la dictadura militar. Eso no tiene nada que ver. Uno puede condenar dramáticamente lo que pasó y, al mismo tiempo, tratar de entender por qué pasó, precisamente para que no se vuelva a repetir.

Carlos Peña: A la hora de mirar los hechos históricos, como cualquier acontecimiento de la vida humana, uno puede llevar adelante dos tareas intelectuales que son igualmente importantes. Por una parte, la pregunta de por qué ocurrió tal cosa, es decir, la tarea de identificar las causas o circunstancias que se confabularon para producir un cierto resultado. Y por otra parte, uno también tiene el deber, creo yo, intelectual, de preguntarse si es correcto que ocurriera tal cosa. A mí me parece que ambas tareas son imprescindibles en Chile.

Si uno mira estas dos tareas intelectuales, y se pregunta si la hemos llevado adelante en Chile, bueno, la verdad es que la izquierda ha sido más prolífica y ha estado más genuinamente interesada en revisar su propio papel en lo que ocurrió. El Partido Socialista ha hecho una especie de crítica y revisión de sus propios planteamientos. Ha abandonado el utopismo. La derecha, en cambio, ha guardado piadoso silencio.

Y, por otra parte, lo que respecta a la cuestión moral, a mí me parece que no solo hay que condenar las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron luego del 11 de septiembre del 73, sino que también el propio golpe. Tampoco es razonable aceptar que una coyuntura histórica se pueda resolver de la manera que se resolvió. La condena del golpe también merece ser señalada como la ruptura de un principio incondicional de la vida democrática. A veces parte de la derecha cree que basta explicar lo que ocurrió para enmudecer respecto a la cuestión moral.

Lucía Santa Cruz: No me gusta la pregunta, ¿usted justifica o no el golpe militar? El golpe militar es lo que pasó. Es lo que yo temo volvería a pasar si se transgreden todas las reglas que se transgredieron en la Unidad Popular. Yo, por cierto, habría preferido otra cosa distinta, algo que no nos dividiera, que no nos hubiera transformado en un país con vencedores y vencidos. Pero el 11 de septiembre no se asesinó a una democracia impoluta. Yo traje una cosa que nunca he mostrado, yo vivía en Inglaterra y venía para acá y escribía un diario de vida. Y escribí lo siguiente en mayo del 73, cuando me fui: “El miedo a los grupos armados que desfilan militarmente amenazando a la población, el miedo a la violencia, a perder los frutos del trabajo y del esfuerzo, el miedo a ir avanzando paulatinamente, a quedar en manos de los elementos más radicales, el miedo a estar divididos en bandos irreconciliables, el miedo a la división y hostilidad dentro de nuestras propias familias, el miedo a tener que odiar, el miedo a llegar a la convicción dramática de que la supervivencia de uno es a expensas de la supervivencia del otro, el miedo a los complejos dilemas morales de las situaciones límites, el miedo a la guerra civil, el miedo al millón de muertos, el miedo al golpe, el miedo a no tener alimentos, el miedo a perder la libertad, el miedo a la indoctrinación, el miedo, la violencia y el miedo es lo que permite transformar al otro en una abstracción genérica, sin rastros de humanidad. Porque solo así pueden la mayoría de las personas que no son perversas, conciliar el odio. El enemigo abstracto, escondido en categorías, deja de ser humano y es más fácil odiarlo”. Yo encuentro que eso refleja lo que muchas personas sentían, y en ese sentido, lo que pasó el día del golpe fue un alivio.

- ¿Carlos, le parece que ese sentimiento que describe Lucía, era real para todo el mundo?

Carlos Peña: Creo que los sentimientos que yo he visto, digamos, y que recuerdo vagamente, pero que he leído, respecto de la época de la Unidad Popular, son sentimientos muy encontrados. Efectivamente, yo creo que hay un grupo, la derecha, digámoslo más vinculada a la tierra, que vive una crisis, una amenaza existencial. La reforma agraria es una amenaza existencial en el sentido más flagrante de esa expresión. Es su propia existencia, su modo de vida, las cosas que valora, su modo de estar en el mundo, lo que está en crisis. Y eso explica con toda seguridad que haya reaccionado, para repetir la frase estupenda del ex presidente Aylwin, como un animal herido. Eso yo lo entiendo. Pero, por otra parte, hay una gran mayoría de chilenos, creo que es bueno no echarse tierra a los ojos en esto, una gran mayoría de chilenos, que mira el proceso de la Unidad Popular con gran esperanza, son las mayorías históricamente excluidas. Yo siempre recuerdo La Batalla de Chile, este fantástico documental de Patricio Guzmán, donde se ven escenas, digámoslo así, de personas en mangas de camisa, obreros desdentados, buena parte de ellos, lo que es una muestra dramática de pobreza, erigido, sin embargo, en sujetos históricos. Personas que sienten que son agentes, que son sujetos de su propia historia. Este fenómeno, la masa convertida en sujeto de su propio quehacer histórico, es el gran acontecimiento de la Unidad Popular, que mucha gente vivió como un momento exaltado de protagonismo.

“No veo factible una declaración en este contexto, después de lo que sucedió con Patricio Fernández, yo no veo posible un acuerdo. Sería maravilloso que nos pudiéramos poner de acuerdo en un ‘nunca más’ que incluyera mi sensibilidad, la de Carlos, la del Partido Comunista, la de todos”. Lucía Santa Cruz 

“Creo que es imprescindible revalidar un compromiso democrático por ciertos valores incondicionales de la vida en común, entre los cuales está la exclusión de la violencia y la valoración intrínseca de la democracia”. Carlos Peña

La violencia del estallido y el llamado de Boric a un acuerdo transversal por golpe de Estado

- ¿Ustedes ven elementos del ambiente que se vivía en esos años en la discusión de hoy o desde el estallido social hasta ahora?
Carlos Peña: No, yo no veo realmente nada. Uno podría encontrar aires de familia en las expresiones, de pronto en actitudes un poco desbordadas. Yo creo que lo que ocurrió en octubre del 19 fue, lo he dicho tantas veces, fruto de la modernización de Chile, que suele producir este tipo de frustraciones, y este tipo de agentes sociales generacionales como los que se expresaron en octubre del 19. No veo tampoco en el espíritu cultural de nuestra época, el utopismo que infectó a tantos en la época de la UP. Lo que hay más bien son discursos desmedidos, tonteras a veces fruto del entusiasmo o de la ignorancia, lo que sería peor. Pero no veo un genuino utopismo, no veo un milenarismo, entre otras cosas, porque la izquierda generacional que hoy día está en el poder tiene pocos intelectuales, tiene constructores de frases, pero personas que piensen la globalidad de lo que está ocurriendo, no tienen. Entonces no, no hay peligro, creo yo. Y este Gobierno para nada es uno que vaya a conducir al país a un abismo ni nada que se le parezca. Es un Gobierno de administración, que va a quedar al debe con las promesas excesivas que planteó alguna vez, pero nada más que eso va a ocurrir.
Lucía Santa Cruz: Hay un factor que no hemos conversado, que es lo que era la situación internacional en ese momento. Vivíamos en una época de polarización tremenda, una guerra fría radical. Todo eso y esa borrachera ideológica tampoco existe.
Ahora, hay un punto que a mí realmente me preocupa, que es el uso de la violencia que se vio en el 18 o 19 de octubre. Pero no solo la violencia, que fue sin precedentes, en la Unidad Popular jamás se vio una destrucción de Iglesias, de espacios públicos, etcétera, sino que la actitud de una mayoría del oficialismo actual de complicidad pasiva o activa con la violencia. Eso a mí me preocupó.
- ¿Cómo ven el ambiente con que se está dando este debate y la idea que ha manifestado el Presidente Boric de firmar un acuerdo transversal a raíz del 11?
Lucía Santa Cruz: El ambiente se ha deteriorado enormemente. Yo llegué a Inglaterra 14 años después que se había terminado la guerra mundial, de una violencia y de un dramatismo tremendo. Sencillamente, no era tema. Entonces, para mí se me hace difícil entender que después de 50 años nosotros sigamos con las mismas divisiones, los mismos odios, los mismos resentimientos, sin haber podido procesar en una forma psicológicamente más sana lo que nos sucedió. No veo factible una declaración en este contexto, después de lo que sucedió con Patricio Fernández, yo no veo posible un acuerdo. Sería maravilloso que nos pudiéramos poner de acuerdo en un ‘nunca más’ que incluyera mi sensibilidad, la de Carlos, la del Partido Comunista, la de todos. Pero ese acuerdo no existe. El momento más grato de mi vida republicana fue para el Bicentenario al ver una fotografía con una bandera chilena, con el Presidente Lagos, la Presidenta Bachelet, el presidente Frei y el Presidente Piñera, yo dije: esta es la República que yo quiero, pero esa República se ha debilitado con ocasión de la celebración de los 50 años.
- ¿Y qué falta para conseguirlo?
Lucía Santa Cruz: Habría que terminar con esto guetos sociales, políticos, ideológicos. No hay contacto entre los grupos a un nivel de comensalidad. Una anécdota. Una vez la Presidenta Bachelet me llamó por teléfono para pedirme que estuviera en una comisión que ella estaba organizando. Yo le había mandado de regalo mi libro de cocina. Y ella me dijo: ‘mire, si a mí me hubieran preguntado qué hay de común entre Michelle Bachelet y Lucía Santa Cruz, yo habría dicho absolutamente nada. Después de leer su libro, mire, me identifico plenamente’. En fin, yo ese contacto humano quisiera tenerlo con la gente de izquierda. Hay que tender puentes.
Carlos Peña: Me parece que hay que mantener abierta la libre investigación histórica, el amplio debate sobre las circunstancias de lo que ocurrió en el periodo de la Unidad Popular y lo que sobrevino después, sin ninguna restricción. Y al mismo tiempo creo que es imprescindible revalidar un compromiso democrático por ciertos valores incondicionales de la vida en común, entre los cuales está la exclusión de la violencia y la valoración intrínseca de la democracia. Ambas cosas son perfectamente posibles de hacer. Eso es a cuanto podemos hoy día aspirar. Hoy la sociedad chilena es muy diversa, con formas de vida muy disímiles entre sí, con trayectorias familiares, con memorias privadas muy distintas. De manera que creo que si hay alguna zona de encuentro es la que yo menciono, es decir, encontrarnos en torno a ciertos principios básicos. En el resto vamos a tener que acostumbrarnos a la más radical diversidad.
- ¿Y es posible encontrarse en esos principios básicos?
Carlos Peña: No tengo ninguna duda y creo que el debate constitucional que se está llevando adelante, con todos sus tropiezos, con las payasadas de la primera fase, va a conducir a un acuerdo en el que todos seamos capaces de reconocernos, un acuerdo mínimo en torno a principios de la convivencia.

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